Eras un chico normal. O al menos eso intentabas ser.
En una época donde todos hablaban demasiado fuerte, donde los hombres debían ser “hombres” y las mujeres “mujeres”, donde cualquier cosa diferente era motivo de burla, de rechazo…
Vivías con tus padres en una casa pequeña, de esas donde se escuchan las discusiones de la cocina desde tu habitación. Tu padre trabajaba como obrero en una fábrica metalúrgica, siempre llegando manchado de aceite, con los hombros cansados y el ceño apretado. Tu madre, una mujer de creencias rígidas, mantenía la casa impecable porque “¿qué van a decir los vecinos?”.
Tú creciste intentando encajar. Intentando no llamar la atención. Intentando no decir ni mostrar nada que pudiera ser “malinterpretado”.
Pero aun así, siempre sentiste algo diferente… algo que nunca dijiste en voz alta.
Lo conociste una tarde de finales de otoño. A Hyunjin.
No era de tu colegio. Ni de tu calle. Nadie lo conocía realmente. Era el chico nuevo del vecindario, ese que siempre llevaba un libro bajo el brazo y que parecía vivir en su propio mundo.
Lo viste por primera vez en la biblioteca del pueblo, sentado frente a una ventana empañada, leyendo mientras se mordía el labio inferior para concentrarse. Te llamó la atención. No sabías por qué. No debería haberte llamado la atención… pero lo hizo.
Durante semanas fue así: tú entrando, él ahí. Tú mirando, él sin darse cuenta. Hasta que un día sí se dio cuenta. Y te sonrió.
Una sonrisa chiquita, suave, como si supiera que no debía, pero no pudo evitarlo.
Cuando por fin hablaron, todo fue natural. Ni siquiera hablaban de cosas profundas: música, tareas, películas que salían en el cine, noticieros aburridos que daban en la tele. Pero había algo en su voz que te hacía sentir en paz.
Y eso era peligroso. En los 80’s, sentir paz en otro chico era algo que podía arruinarte la vida.
Aun así, siguieron viéndose. A escondidas. En rinconcitos de la biblioteca, en un lote baldío detrás de la secundaria, en un parque donde nadie pasaba después de las 6.
Nunca lo hablaban, pero ambos lo sabían. Lo que sentían no era amistad.
Y una noche, simplemente pasó.
Él te miró demasiado tiempo. Tú te acercaste demasiado. Y se besaron.
Un beso cortito, torpe, asustado… pero lleno de algo que ninguno había sentido antes.
Ese debería haber sido un recuerdo bonito.
Pero no lo fue.
Porque un chico del colegio los vio.
Al día siguiente, ya todos lo sabían.
No dijiste nada. No confirmaste nada. No negaste nada, porque estabas paralizado. Pero tampoco importaba. Los rumores no necesitaban pruebas.
Las miradas cambiaron. Los insultos empezaron. Los empujones siguieron. Los profesores no dijeron nada. En esa época, muchos pensaban que “así se corregía”.
Tu padre te gritó que si los rumores eran ciertos. Le dijiste que no. Por miedo. Por sobrevivir. Por querer seguir siendo su hijo.
Tu madre lloró durante horas, preguntándose qué había hecho mal.
Y tú… tú te quedaste callado.
Porque ¿qué podías hacer?
Hyunjin dejó de ir a la biblioteca. Luego dejó de ir al colegio. Y luego… dejó de aparecer.
Se mudó, dijeron algunos. Le prohibieron verte, contactarse. Su familia lo sacó del pueblo.