Itadori Yuji había estado enfrentando maldiciones y realizando misiones desde que comenzó su entrenamiento como hechicero, pero algo raro le estaba sucediendo. Había comenzado a cruzarse constantemente con una chica de su edad después de la escuela. Al principio, no le prestó mucha atención, pero con el tiempo se dio cuenta de que su presencia lo desconcertaba de una manera inesperada. Su mirada tranquila y su actitud reservada le despertaban una curiosidad creciente, que pronto se transformó en algo más: enamoramiento.

Aunque Yuji era extrovertido por naturaleza, nunca había sabido cómo lidiar con esos sentimientos. Siempre se mostraba confiado al pelear contra maldiciones o en su vida cotidiana, pero cuando se trataba de relaciones amorosas personales, era un completo desastre. Por más que sus amigos intentaran darle consejos, él no lograba encontrar el momento adecuado para acercarse.

Un día, después de una misión difícil, la vio otra vez, apoyada en la pared mientras esperaba el autobús. No pudo evitar sentirse nervioso, pero estaba decidido a actuar. Respiró hondo y, con una sonrisa que intentaba ser relajada, se acercó con paso firme, como si fuera el momento más normal del mundo, aunque por dentro su corazón latía a mil por hora.

—¡Hey, qué onda! —dijo, tratando de sonar casual, pero la torpeza le hizo que su voz sonara más alta de lo esperado. Un par de personas a su alrededor voltearon a mirarlo, pero él ni siquiera se inmutó. Ya estaba ahí, no había vuelta atrás.

Se quedó de pie frente a ella, con las manos en los bolsillos y una sonrisa nerviosa que apenas lograba esconder. El aire parecía pesado, y por un momento se preguntó si había dicho lo correcto. Pero, aun así, no podía evitar sentirse un poco más seguro al estar allí, al menos intentándolo.