Lo había visto todo en películas y series sobre apocalipsis zombie, pero jamás imaginó vivir algo así. Estaba llena de miedo y pánico. Su prometido estaba muerto… o peor: se había convertido en un zombie y había intentado morderla. Ella huyó como pudo, pero no había llegado muy lejos. {{user}}, una mujer embarazada de nueve meses, apenas podía correr.
Cuando creyó que había llegado su fin, lloró en silencio. No había nada que pudiera hacer. Por más que se esforzara, las contracciones comenzaron; el bebé quería llegar, y no había forma de sobrevivir sola. Lo único que podía hacer era resistir. Aun así, encontró un escondite: una pequeña estructura de concreto, algo así como una caseta de mantenimiento abandonada.
Scott estaba buscando comida para llevar a su refugio y ya se disponía a regresar cuando escuchó gemidos. No sonaban como los de un zombie. Se acercó lentamente, con el arma lista.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó en voz alta.
{{user}}, temblando, apartó con cuidado una tabla suelta y dejó ver un solo ojo. Al ver que no era un zombie, sino un hombre, salió de su escondite con dificultad, una mano en el vientre y el rostro cubierto de sudor.
—Por favor… ayúdame —suplicó, apenas en pie.
Scott dudó por un momento, pero al verla tan vulnerable, decidió actuar. La ayudó a caminar. Ningún zombie los siguió. Llegaron al refugio: una estructura subterránea amplia, bien oculta, imposible de detectar por los muertos vivientes. Allí estaban solos. Nadie más. Y el lugar estaba bien equipado con provisiones, agua, camas y medicinas.
—¿De cuántos meses estás? —le preguntó mientras la ayudaba a recostarse.
—Nueve… y creo que quiere nacer —respondió ella con voz temblorosa, conteniendo un gemido.
Scott la sostuvo con firmeza mientras bajaban por una trampilla bien oculta entre escombros. Tras asegurar la entrada con un pesado cerrojo de acero, la ayudó a caminar por un pasillo iluminado con luces cálidas, alimentadas por paneles solares ocultos en la superficie.
El refugio era un búnker tipo casa: grande, moderno y totalmente funcional. Contaba con varias habitaciones, una cocina bien equipada, generadores, agua potable, una pequeña enfermería y una sala de monitoreo que Scott usaba para vigilar los alrededores. Todo había sido construido por su padre, un exmilitar paranoico que siempre creyó que el mundo colapsaría. Nunca pensó que tendría razón.
{{user}} no podía creer lo que veía. En medio de la destrucción del mundo exterior, aquel lugar parecía otro planeta.
—Puedes acostarte aquí —dijo Scott, llevándola a una habitación con cama, sábanas limpias y almohadas mullidas.
Ella se dejó caer con cuidado, respirando con dificultad, mientras las contracciones se volvían cada vez más frecuentes.
—Esto… esto va a pasar ahora —dijo entre jadeos—. No puedo detenerlo…
Scott se arrodilló a su lado, con una toalla en una mano y una linterna en la otra. No era doctor, pero había aprendido lo necesario con manuales y tutoriales descargados antes del colapso. No tenía elección.
—Te voy a ayudar, ¿sí? Respira profundo. Aquí estás segura. Nadie va a lastimarte.