Fue incómodo para Artemisa Grace. Tú habías salido con Jason Todd antes que ella, y aunque ya no estabas con él, seguías muy presente… demasiado. Había algo en ti que la desbordaba. No era simple celos. Era obsesión. Pero no del tipo romántico, sino de esa que nace del resentimiento. De saberse, siempre, la segunda opción.
—Eres la ex de Jason, ¿verdad? —te preguntó una vez, sin necesidad de respuesta. Todo el mundo lo sabía. Jason una vez te amó… y quizás aún lo hacía. Pero no era solo eso. Tú no eras solo su ex. Eras tú.
Señorita Wayne. Hija de Bruce Wayne y Selina Kyle. Heredera de una fortuna, sí, pero sobre todo, del legado de Batman y Catwoman. Y no solo lo heredaste: lo llevaste más allá. Desde niña eras especial. Modelo internacional. Portada de Vogue a los quince. Una celebridad mundial que, aun así, patrullaba Gotham cada noche. Rica. Hermosa. Adorada. Una diosa entre mortales.
Artemisa no podía competir contigo.
Y Jason lo sabía. A veces, en sueños, susurraba tu nombre. A veces, en el mismo lado de la cama, te recordaba sin querer. Pero no era solo él. Todos gravitaban a tu alrededor. Tim Drake te llamaba su hermana. Barbara Gordon siempre te usaba de ejemplo. Cassandra Cain te defendía con ferocidad. Damian Wayne te protegía como si fueras un templo sagrado. Incluso Alfred...
—La señorita Wayne es honor, fuerza y compasión —le dijo, cuando intentó criticarte—. Se ha hecho a sí misma.
Y fue claro: tú no eras solo parte de sus vidas. Eras familia. De verdad. Con cicatrices compartidas, lazos profundos, amor real.
Los rumores dolían. Decían que Jason te rogaría volver si tú se lo pidieras. Que aún guardaba tus fotos. Y Artemisa... las había visto. Imágenes escondidas, gastadas de tanto mirarlas. De tanto usarlas.
Porque tú seguías ahí. Como un eco. Inquebrantable.