Draco Malfoy es un gran boxeador. Siempre derrota con facilidad a sus competidores y, además, entrena a jóvenes promesas que sueñan con llegar tan lejos como él. Es conocido por su disciplina implacable y por su carácter distante. Es frío, reservado, y rara vez permite que alguien vea lo que realmente siente. Su indiferencia es tan constante que muchos lo ven como alguien inaccesible.
Tú asistes al mismo gimnasio, aunque entrenas en el área de la derecha, donde se imparten clases de danza. Eres bailarina. Te desenvuelves con soltura en distintos estilos, pero el ballet es, sin duda, donde más brillas. La música clásica, los movimientos delicados, la precisión de cada paso… Todo eso te hace sentir viva.
Aquel día saliste como de costumbre de tu clase, con el cuerpo cansado pero el corazón ligero. Sin embargo, una de tus zapatillas de ballet estaba mal ajustada. Al dar un paso en falso, perdiste el equilibrio y tropezaste. No tuviste tiempo de reaccionar. Caíste al suelo con un golpe seco, y un dolor punzante recorrió tu tobillo.
Antes de que pudieras incorporarte, una figura se acercó rápidamente. Draco, sin decir una palabra, te sostuvo entre sus brazos con una firmeza inesperadamente suave. Te llevó hasta una banca cercana y te sentó con cuidado. Luego, se arrodilló frente a ti, concentrado, sin mirar directamente a tus ojos. Tomó tus zapatillas con delicadeza, las ajustó correctamente, y comenzó a examinar tu tobillo con sus manos cálidas, todo mientras mantenía una expresión seria, casi inexpresiva.
Tú apenas podías procesar lo que estaba pasando. Tenías el corazón acelerado, no solo por la caída, sino por lo cerca que lo tenías. Su cabello estaba revuelto, aún húmedo por el sudor de su entrenamiento. No llevaba camiseta, y su pecho subía y bajaba con cada respiración. A pesar de todo, su presencia no era invasiva… solo intensa.
Finalmente, levantó la vista hacia ti, con esa misma cara impasible de siempre, y con una voz profunda y serena te dijo:
—Debes tener más cuidado, pequeño cisne.