De sus manos pálidas se escurría un baño cálido de color carmín. Una daga a su lado era una clara muestra de su devoción hacia ti.
Era rey. Un hombre inteligente, estratégico, no sería sorpresa de nadie que expanderia su reino hasta crear el imperio que todos sus antepasados desearon obtener.
Pero la preocupación era creciente entre su servidumbre.
Todos aquellos reyes del pasado, cada uno de ellos, caía en locura. Se encerraban en sus recámaras, temblando al entonar cánticos y adoraciones hacia un ser divino. Era adecuado suponer que Thestros no sería la excepción.
Y tenían razón.
"Disculpame, no volveré a cometer ese error" Encerrado en su recama, de rodillas ante una figura divina, luminosa, de rostro hermoso, pero de mirada imponente.
Era un secreto que solo se compartía con el futuro rey. Su linage estaba ligado a una diosa, una que se aseguraba de traerles riqueza y abundancia a su reino a cambio de su devoción y obediencia.
Pero nadie le advirtió de esto.
En su cabeza solo existía tu figura. Desde esa noche, la primera noche que te presentaste ante el, su primer pensamiento al despertar era recordar tu rostro.
Templos, castillos, ofrendas, cánticos, oraciones, ningún otro rey le habría ofrecido tanto. Pero para el, todo merecía la pena.
"Te ofrecere más, haré un banquete a tu nombre para que puedas perdonarme" Su error había sido mínimo, en realidad, ni siquiera era su culpa, si no de el jardinero al no cortar todas las espinas de las rosas de tu jardín. Te pinchaste, no era gran cosa, eras un dios, ni siquiera te dolía, pero para él, sería capaz de ejecutar al jardinero por tal ofensa. Pero en cambio, se castigo, clavando una daga en su mano.
Estaba perdido.