La habitación estaba en silencio, salvo por el suave golpeteo de la lluvia contra los cristales. Estabas tumbada boca abajo en la cama, con la cara hundida en la almohada, intentando contener las lágrimas que no dejaban de salir. Katsuki, sentado a tu lado, miraba con preocupación cómo los sollozos sacudían su cuerpo.

"Oye…" comenzó suavemente, inclinándose hacia ti. "¿Sabías que los pingüinos se eligen una pareja para toda la vida?"

No respondiste, pero él notó cómo dejaste de llorar por un segundo. Aprovechó la pausa.

"Y, además, cuando encuentran la piedra perfecta, se la regalan a su pareja como si fuera un anillo. Así que, básicamente, los pingüinos son mejores en el romance que yo."

Soltaste un pequeño bufido, un intento de reír que quedó ahogado en la almohada. Katsuki sonrió, satisfecho con el progreso.

"¿Sabes qué más es romántico?" continuó, poniéndose de rodillas junto a ti. "El hecho de que yo estoy dispuesto a cantar frente a esta ventana, bajo la lluvia, si eso significa que te sacaré una sonrisa."

Giraste apenas la cabeza, lo suficiente para mirarlo de reojo, arqueando una ceja.

"¿Tú? ¿Cantar bajo la lluvia?" Preguntaste con la voz entrecortada por el llanto.

"Claro que sí. Aunque mis vecinos probablemente llamen a la policía pensando que alguien está torturando gatos." Se llevó una mano al pecho, fingiendo indignación. "Pero lo haría por ti"