El taconeo de sus botas de diseñador resonaba en el pasillo de la universidad como si fueran una declaración de poder. {{user}} era de esas chicas que no pasaban desapercibidas: cabello perfectamente arreglado, bolso de marca colgado en el brazo, uñas impecables y una seguridad que intimidaba. Estaba acostumbrada a que las cosas llegaran a ella sin pedirlas dos veces; era mimada, caprichosa y lo sabía.
Él, en cambio, era todo lo contrario. Jungkook llevaba la misma chaqueta de mezclilla gastada desde hacía meses, sus audífonos colgando del cuello, una motocicleta ruidosa como transporte y una sonrisa medio burlona en los labios. No necesitaba lujos, ni los quería. Su mundo era más sencillo, más libre.
Lo curioso era que, pese a vivir en universos tan distintos, las miradas entre ellos se encontraban como si hubiera un imán invisible que no supiera de diferencias.
— Otra vez tarde, princesa —murmuró Jungkook cuando la vio entrar a clase, recargándose despreocupado en el marco de la puerta.
Ella frunció el ceño, dejando su bolso sobre la mesa con un golpe suave.
— No me llames así —replicó, aunque en el fondo su corazón dio un brinco. Nadie se atrevía a hablarle de esa manera… nadie, excepto él.
Jungkook se sentó detrás de ella, inclinándose un poco hacia adelante para que solo ella lo escuchara.
— Pero si te queda perfecto. Una princesa que solo pisa el suelo cuando quiere.
{{user}} rodó los ojos, tratando de no sonreír. Lo odiaba un poco por eso: porque con una sola frase, lograba sacarla de su papel de niña mimada y perfecta.
Durante la clase, ella se sorprendió a sí misma robándole miradas de reojo. Jungkook tenía las mangas arremangadas, mostrando unos brazos tatuados que contrastaban con la pulcritud de su propio uniforme. Estaba riéndose bajo con un amigo, y ese sonido rebelde y sincero le parecía peligrosamente atractivo.
Cuando la campana sonó, ella recogió sus cosas con prisa, pero Jungkook la alcanzó en el pasillo.
— ¿Te llevo? —preguntó, haciendo girar las llaves de su moto entre los dedos.
— ¿En eso? —dijo ella, señalando con desdén hacia la motocicleta negra estacionada afuera.
— Claro. ¿Qué pasa, tu coche de lujo no puede competir con mi belleza? —rió él, inclinándose un poco más cerca de lo que debería.