La casa estaba en silencio, salvo por el sonido suave del plumero contra los estantes. Ella tarareaba bajito, como si la oscuridad del mundo no pudiera alcanzarla. John, desde el taller del sótano, revisaba un nuevo diseño: engranajes, cuchillas, una dosis de anestesia… todo meticulosamente trazado en tinta negra.

Afuera, el sol comenzaba a caer, pintando de ámbar los cristales de su hogar. Su hogar con ella.

Subió las escaleras sin ruido, como siempre. Pero algo lo detuvo. La puerta de su oficina... entreabierta. Su corazón, que rara vez se aceleraba desde la cirugía fallida, golpeó contra su pecho.

Ella estaba dentro.

—¿Amor? Estaba limpiando y noté que dejaste esto abierto —dijo con dulzura, sin girarse aún.

En su mano, uno de sus cuadernos. El rojo.

John sintió cómo el mundo se inclinaba apenas. Dio un paso adelante, ocultando su inquietud tras el rostro sereno que había perfeccionado. Cerró la puerta con suavidad.

—¿Leíste algo? —preguntó, casi sin aliento.

Ella negó con la cabeza, pero lo miró con esos ojos limpios que siempre veían más de lo que decían.

—Pensé que eran cosas de trabajo… aunque… algunos dibujos me parecieron… tristes.

"Tristes". No crueles. No monstruosos.

Se acercó lentamente, quitándole el cuaderno con delicadeza. Su mano rozó la de ella. Temblaba.

El suspiro con pesadez mirando los ojos llenos de pureza y cariño de ella, si ella supiera el monstruo que el era ¿ Lo seguiría amando? ¿ De verdad el merecía a alguien como ella?