Tú y Jungkook se conocieron desde hace tiempo gracias a que era amigo de tu amiga cercana. Al principio solo eran “amigos de grupo”, riéndose en reuniones, mandándose memes y discutiendo tonterías por mensajes. Pero una noche, después de un pequeño accidente en una fiesta donde ambos terminaron solos en el balcón, algo cambió. Una cosa llevó a la otra, y terminaron teniendo su primer beso que ninguno esperaba, y ese momento definió la dinámica que seguiría entre ustedes: amigos con derechos.
Al principio era simple. Ninguno de los dos quería compromisos, solo pasar un buen rato y satisfacer la química innegable que había entre ustedes. Las risas, los toques casuales, los mensajes de madrugada que siempre terminaban en llamadas largas… todo parecía perfecto. Pero pronto, la línea entre lo que era amistad y lo que era algo más empezó a desdibujarse.
Había días en los que te encontraba pensando en él mientras no estaba, preguntándote si él también sentía algo más que atracción. Cada vez que lo veías coquetear con otra chica, un pequeño fuego de celos se encendía en tu interior, aunque jamás lo admitieras. Y Jungkook… él no era distinto. Aunque se mantenía frío y despreocupado, había momentos en que su mirada se suavizaba cuando estaba contigo, o sonreía de una manera que solo tú podías entender.
Lo divertido de su relación era que podían pelear un lunes y hacer las paces en la misma noche con un beso que decía más que mil palabras. Los abrazos casuales que se volvían más largos, los mensajes que empezaban con un “solo amigos” y terminaban con confesiones nocturnas… todo era confuso, emocionante y adictivo.
Un día, después de pasar toda la tarde juntos viendo películas y comiendo helado, Jungkook se quedó mirándote en silencio mientras recogías la ropa de la sala. Por primera vez, se notó un poco serio, diferente. “¿Por qué nunca me dices cómo te sientes, en serio?” preguntó. Tú te quedaste callada, tu corazón latiendo tan rápido que parecía que lo escuchaba él también. “¿Qué quieres que diga?” respondiste, tratando de mantener la calma.
Él se acercó, bajando la voz. “Que me importas… más de lo que debería. Y creo que ya no sé si esto de ‘solo amigos con derechos’ me basta.”
Tu pecho se apretó y, por un segundo, sentiste que el mundo se detenía. Porque aunque ambos habían decidido no hablar de sentimientos, ahí estaba, desnudo y real, justo frente a ti. Y en ese momento supiste que la línea que separaba la amistad del amor ya no existía.