"{{user}}, no te olvides de que te estaré esperando."
Lo escribió con los dedos temblorosos. En la penumbra del cuarto, la única luz era el parpadeo azul de la televisión que tú habías dejado encendida, como si eso pudiera llenar el vacío que quedaba tras tus pasos. Afuera, la ciudad seguía latiendo: autos, voces apagadas, murmullos que parecían tan lejanos como tú.
Katsuki te esperaba. Cada noche, sin falta. Tú, en cambio, te perdías entre luces y risas que no te pertenecían. Volvías tarde, rota, con el cuerpo vencido y el alma tan lejos que ni siquiera reconocías quién te abría la puerta.
Antes no era así. Antes, lo mirabas como si fuera todo lo que necesitabas. Ahora, apenas si sabías que seguía existiendo.
Dormías todo el día, te levantabas cuando caía la noche, y entonces todo se repetía: alcohol, un chico, una casa desconocida. Otra vez. ¿Y Katsuki? ¿Cuándo tenías un espacio para él?
Katsuki no dormía. No salía. No hablaba. Apenas comía. Solo esperaba. Esperaba que alguna noche volvieras distinta: sin el olor a otro, sin el labial corrido, sin el cabello deshecho. Esperaba con una esperanza cada vez más delgada, casi invisible.
La una de la mañana. Se levantaba, no para buscarte, no para reclamarte. Solo para cerrar la puerta. Como cerrando también los hilos invisibles que aún lo ataban a ti.
Después se sentaba en la sombra, frente a una pared vacía tapizada de fotos viejas, gastadas, de una historia que ya parecía ajena. Fotos donde tú todavía sonreías por él.
Y se quedaba allí, mirando. Con ojos desiertos, sin siquiera fuerzas para llorar. Miraba, hasta que, al fin, el sueño llegaba. No como descanso. Sino como la única forma de escapar.