Aemond nunca había sido un hombre fácil de impresionar. La belleza, la gracia, la elegancia… todas eran cualidades que había visto desfilar a lo largo de su vida sin que le provocaran el menor interés.
Hasta ella, hasta {{user}} Velaryon. La segunda hija de Rhaenyra.
Había algo en ella que lo mantenía atrapado. No era solo la dulzura de su rostro o la delicadeza con la que se movía, sino la forma en que su mera presencia parecía envolver la sala con un halo de femineidad. Cada palabra que pronunciaba era medida, cada sonrisa suya tenía encanto. Ella era la única capaz de hacer que Aemond mirara más de una vez.
Y lo estaba volviendo loco.
Desde su lugar, la observó mientras conversaba con un grupo de damas, rodeada de murmullos y risas suaves. Se levantó con calma y caminó hacia ella, no necesitaba hablar para hacerse notar. Las doncellas lo vieron acercarse y la conversación se detuvo de golpe, reemplazada por un alboroto. Pequeñas exclamaciones, miradas furtivas, labios apretados en emoción.
—Dioses… —susurró una de ellas. —¿Vendrá a hablar con nosotras? —No, imposible…
Los susurros aumentaron cuando Aemond se detuvo junto a {{user}}, sin molestarse en mirar a nadie más. —Es un crimen —murmuró Aemond {{user}} levantó la vista un poco confundida y con algo de timidez —¿Disculpa?
Las doncellas se quedaron sin aliento. No podían apartar la vista de ellos, Aemond sonrió apenas.
—Que la mujer más encantadora de la sala no esté bailando y he decidido corregir ese error.
Las jóvenes que rodeaban a {{user}} ahogaron pequeños grititos, emocionadas. Algunas se cubrieron la boca con las manos, otras intercambiaron miradas de asombro y envidia.
—¡Dioses! —No puede ser… —¡Qué romántico!
Aemond le ofreció la mano, y cuando {{user}} la tomó con suavidad, lo supo: había pasado demasiado tiempo mirándola de lejos y ahora, por fin, la tenía entre sus brazos.