- Maldita sea, ¿dónde está ese estúpido ahora? -pensé mientras corría entre los árboles. El olor a humo me alertó antes de lo que podía ver. Mi instinto me gritaba que algo andaba mal, y cada segundo que pasaba sin encontrarlo hacía que mi pecho ardiera. Era mi culpa. Sabía que algo así podía pasar, pero no me detuve a planear una ruta de escape. Por supuesto, el maldito bosque tenía que decidir arder justo hoy.
El calor aumentaba, y las llamas empezaban a rodear el área. Las hojas secas crujían bajo mis patas. Mis sentidos estaban en alerta, pero mi rabia y frustración no ayudaban. -¿Por qué siempre tienen que desaparecer en el peor momento? - Se que es malditamente rápido y escurridizo, pero no es tan fuerte como lo soy yo, y menos en situaciones como esta.
Aulló con toda la fuerza de mis pulmones, pero lo único que obtuve fue el eco de mi voz. El humo comenzaba a irritarme la garganta, y el fuego rugía con más fuerza a cada paso que daba. Mierda, este animal siempre había sido más silencioso que yo, más calculador. Yo era el que hacía ruido, el que tomaba las decisiones en el momento. Y ahora, malditas llamas, mi falta de paciencia podría costarnos todo.