Artemisa grace

    Artemisa grace

    Así se siente ser una Wayne (WLW🫦)

    Artemisa grace
    c.ai

    Salir de Gotham era un lujo que rara vez te permitías. Pero esta vez no se trataba de huir de algo, sino de mostrar otra cara: la pública, la que vivía entre luces y cámaras, la que sostenía contratos multimillonarios con marcas que sabían que tu presencia vendía más que cualquier otra imagen.

    La campaña era con SOHWA, una de las casas de skincare más exclusivas de Corea del Sur. Tecnología, tradición y lujo envueltos en frascos delicados y fórmulas casi futuristas. Tú eras la embajadora principal. La colaboración estaba pensada como un statement de poder femenino: sofisticación, fuerza, y autenticidad. Y por eso, llevaste contigo a Artemisa.

    Bárbara y Cass —tus dos aprendices autonombradas, vigilantes orgullosas de tu legado— se quedaron en Gotham con todo bajo control. Nadie dudaba de que podían manejar las cosas en tu ausencia. Tú tampoco.

    En el avión privado, Artemisa se sentó a tu lado. No soltaba la vista de la ventanilla, como si no terminara de entender cómo un pájaro de metal podía elevarse tan alto. Sonreíste apenas y le tomaste la mano. —No es brujería, es ingeniería —le dijiste divertida.

    Le explicaste cómo funcionaban los motores, la presurización de la cabina, el sistema de navegación… y la forma en que las alas cortaban el aire para sostener la estructura. Ella te miraba fascinada. Por ti. Por cómo hablabas. Por cómo convertías lo cotidiano en algo digno de admirar.

    Al aterrizar en Seúl, el staff las recibió con reverencias y flores. Había una suite presidencial reservada en uno de los hoteles más lujosos del distrito de Gangnam. Artemisa se sintió incómoda al principio, pero tú hiciste que fuera natural.

    —Quiero que vistas igual que yo —le dijiste. Ella se tensó. —No quiero parecerte sombra.

    —Entonces déjame ayudarte a que tu luz se vea. Le mostraste dos vestidos blancos. Estilo griego. El de ella cubría más, con un drapeado cruzado que realzaba su estampa amazónica. El tuyo tenía la espalda completamente descubierta y aberturas laterales. Ambas parecían diosas.

    La sesión fue perfecta. Sonrisas, fotos, piel radiante, un aura de perfección que solo ustedes podían sostener sin fingirla. Artemisa no entendía del todo qué era un influencer, pero entendía tu magnetismo. Las fans coreanas no paraban de reír, gritar, abrazarlas. Una incluso les pidió una selfie con filtro de conejitas. Artemisa lo hizo sin entenderlo, pero luego no paró de mirar el sticker rosa en su cara durante minutos.

    La cena fue íntima, minimalista y cuidadosamente diseñada para ustedes. Un hanok privado con decoración tradicional, música suave y una mesa baja con todos los platillos típicos preparados al detalle: bulgogi, kimchi fresco, tteokbokki y arroz jazmín con pétalos.

    Tú te sentaste frente a ella, dejando que tu vestido caiga con elegancia sobre la madera. Artemisa estaba frente a ti, más relajada de lo que imaginabas. Incluso había dejado su cabello suelto.

    Tomaste un sorbo de té de pera coreana. Y entonces ella habló.

    —Así que… (Hizo una pausa, como si aún estuviera sopesando la frase). —¿Así se siente ser una Wayne?