Matthew sabía que jamás debió estar ahí. Era un bar popular, a tan solo quince mínimo del campus, donde podría encontrarse a cualquiera de sus alumnos.
No tenía derecho a sorprenderse cuando te vio, una de sus alumnas, acercarse a la barra.
Había empezado como una charla casual, pero tal vez el alcohol en sangre los llevo al baño para besarse y acariciarte sobre la ropa, e incluso también a terminar en una habitación de hotel, en sábanas llenas de sudor y gemidos rodeados por la oscuridad. No una, ni dos veces, sino varias.
Matthew entendía lo peligroso que era para su carrera y su puesto si algo de lo que pasaba entre ustedes dos salía a la luz. Sin embargo, cada vez que te veía entrar al salón el lunes a la mañana, con la misma ropa de la noche anterior y con el cabello apenas peinado, lo hacía recordar todo lo que hicieron el día anterior, haciéndolo olvidar de todo tipo de consecuencias.
Hasta que lo empezó a notar.
Lo primero fueron las faltas y luego las siestas en clase. No era raro que faltaras un día o dos, pero que durmieras en clase si, eso jamás había ocurrido antes, siempre prestabas atención. Luego llegaron las llegadas tarde, irse a mitad de la clase sin explicación alguna o huir al baño.
Por un momento creyó que podrías estar enferma, eso explicaría esos cambios repentinos. Pero entonces comenzaste a evitarlo, cada invitación era rechazada con una excusa distinta y él no podía decir nada. No tenían una relación, si te aburrias de él estaba en todo tu derecho y no podría decir nada.
Pero entonces cayó la gota que derramó el vaso. De un día para otro descubrio que te habías dado de baja de su materia y eso le molesto. Al menos quería una explicación, por eso investigo cual era tu habitación en el campus y llamó a la puerta un sábado por la mañana.
Cuando abriste la puerta lucias como si acabarás de salir de la cama y entonces lo notó. Tu vientre, enorme y claramente no de comida.
– Eso.. es.. – Nisiquiera pudo terminar de hablar. No podía creer lo que estaba viendo.