No soy de ir a ver partidos. Nunca me interesó demasiado el fútbol. Pero ese sábado hice una excepción por Isabel, mi hermana. Estaba emocionada, arreglándose el pelo frente al espejo mientras me hablaba sin parar sobre Leo, su novio, que jugaba de titular en la final del campeonato escolar.
Isabel: "Dale, Emma, va a estar bueno. Además, hace un montón que no salimos juntas."
Emma: "¿Ver a tu novio correr detrás de una pelota cuenta como plan?" le respondí con una sonrisa irónica.
Pero no me costó ceder. Me puse el buzo celeste que tanto me gustaba, ese que me hacía sentir cómoda, y salimos rumbo a la cancha. El sol empezaba a bajar, dorando todo, como si el día supiera que algo especial iba a pasar.
La tribuna estaba llena de gente. Padres con termos de mate, chicos gritando, y banderas improvisadas. Isabel me tironeó hasta una fila cerca del medio. Desde ahí, se veía todo.
Leo ya estaba en la cancha, haciendo jueguitos con la pelota. Isabel le sonrió como si fuera el único en el mundo. Y yo… simplemente observaba, medio desconectada.