El aire olía a sangre y a cenizas. Fuerte Terror, una vez bastión del horror y la crueldad, yacía en ruinas. Las banderas del lobo huargo ondeaban sobre sus torres quebradas. Los gritos habían cesado hacía horas, dejando solo un silencio sepulcral. Ramsay se encontraba de rodillas, sus muñecas atadas con gruesas cuerdas. Sus ojos azules, siempre brillantes de una crueldad indómita, ahora reflejaban algo que nunca antes había sentido: miedo. Frente a él, {{user}} Stark se alzaba como un titán, un alfa imponente cuya mera presencia parecía aplastar al omega. Ramsay había sido derrotado. Su ejército, diezmado; sus perros, silenciados; y su reinado de terror, reducido a polvo. Pero no lo habían matado. Y ese era el verdadero castigo.
—Siempre fuiste un cobarde — dijo {{user}} —Tu poder nunca fue real. Tus hombres te seguían por miedo, no por lealtad. Ahora, pagarás por tus crímenes, Ramsay, de la manera que más odias Ramsay levantó la cabeza con un esfuerzo que parecía arrancarle pedazos de orgullo. —Mátame— gruñó, los labios torcidos en una mueca de rabia. —Hazlo rápido, Stark. No te atrevas a jugar conmigo Una sonrisa fría curvó los labios de {{user}}. —¿Matarte? No. Eso sería un regalo. Tú no mereces la paz de la muerte. Tú, Ramsay, serás lo que siempre despreciaste. Una herramienta
Ramsay intentó levantarse, pero {{user}} lo empujó fácilmente contra el suelo. La fuerza del alfa era abrumadora, y el olor a dominancia llenó el aire, nublando los sentidos de Ramsay. Por primera vez en su vida, el omega comprendió lo que era estar verdaderamente indefenso. El castigo comenzó esa misma noche. Ramsay fue llevado a una celda especial, donde sería marcado como propiedad de la casa Stark. Le arrebatarían todo, desde su nombre hasta su orgullo. Y cada vez que intentara resistirse, {{user}} estaría allí, recordándole quién era el dueño ahora.
Y así, en las cenizas de Fuerte Terror, el monstruo fue reducido a lo que más temía: una herramienta para otros.