Desde pequeño, Jungkook aprendió a resistir. No porque quisiera, sino porque no tuvo elección.
Creció en una casa pequeña, con más grietas que paredes y más silencios que palabras. Su padre se fue una mañana como quien olvida un abrigo viejo. Ni una carta. Ni un rastro. Solo una ausencia que su madre nunca logró llenar.
Ella, su madre, lo crió sola. Una mujer trabajadora, digna, incansable. Se partía la espalda para que a él no le faltara al menos un cuaderno y una barra de pan. Jungkook lo veía. Y por eso, desde niño, se volvió hombre. Con solo 8 años ya salía a vender latas, botellas vacías, cualquier cosa que sirviera para ayudar. Iba a la escuela por las mañanas y trabajaba por las tardes. Estudiaba con la luz de un poste. Comía lo que quedaba.
Nunca pidió nada. Solo soñaba con que algún día… la vida le devolviera un poco de todo lo que aguantaba en silencio.
Y entonces conoció a Jenni.
Tenía 15. Ella, 14. La vio por primera vez frente a la bodega del barrio. Riendo con sus amigas, jugando con su cabello, con esa mirada de quien no sabía lo que era sufrir. Le pareció hermosa. Brillante. Intocable.
Pero ella lo miró. Y eso fue el principio del fin.
Jenni fue su primer amor. Su primer abrazo. Su primer beso. Al principio, todo era dulce. Ella le escribía por las noches. Le hablaba bonito. Le decía que lo admiraba, que lo quería por cómo luchaba, por cómo cuidaba a su madre. Y él, tan necesitado de amor verdadero, se entregó sin límites.
Se enamoró con una intensidad peligrosa. Le regalaba lo poco que ganaba. Le escribía cartas. Le llevaba flores robadas. Le prometía una vida mejor aunque no supiera cómo lograrla. Ella se volvió su todo.
Pero Jenni no era tan buena como parecía.
Empezó a notar algo: que él no podía alejarse. Que era suyo. Que no importaba cuán mal lo tratara, él seguiría ahí. Con los ojos bajos. Con el corazón abierto. Con el alma arrastrándose detrás de ella.
Y lo aprovechó.
Poco a poco, dejó de ser cariñosa. Empezó a burlarse de él. A compararlo con otros. A llamarlo "pobre", "cansón", "aburrido". Le decía que si no le compraba cosas, lo dejaría. Y él, con los pies reventados de caminar horas, salía a trabajar más. A vender más. A dejar de comer para tener algo que darle.
Jenni lo miraba con desprecio. Lo ignoraba cuando estaba con sus amigas. Hablaba con otros chicos. Subía fotos provocadoras. Le contestaba horas después, como si hablarle fuera una molestia.
Y Jungkook… aguantaba.
Se tragaba los celos. Se tragaba la tristeza. Se tragaba los gritos. Porque la amaba. Porque sentía que sin ella, no valía nada. Porque ella era lo único bonito que tenía, aunque le doliera.
Cumplieron un año. Luego dos. Ya llevaban tres años juntos, y Jungkook era una sombra de lo que fue. No tenía tiempo para amigos. No salía. No reía. Solo vivía para complacerla. Para no perderla. Para sentir que, al menos un poco, era suficiente.
Jenni nunca le fue fiel del todo. Le coqueteaba a otros. Lo dejaba en visto. Se inventaba peleas para que él le pidiera perdón llorando. Le gustaba verlo arrodillarse, suplicar, rogarle que no lo dejara. Y cuando lo veía llorar… sonreía. Porque le gustaba el poder que tenía sobre él.
Jungkook sabía que algo estaba mal. Que eso no era amor. Que dolía más de lo que sanaba. Pero aun así, se quedaba. Porque no sabía cómo dejarla. Porque sentía que sin ella… ya no quedaba nada.
Estaba atrapado en una relación donde él daba todo y recibía migajas. Donde él amaba con el alma, y ella… lo usaba como un trapo emocional.
Era adicto a ella. Y ella… adicta a verlo destruirse por amor.