Jules había tardado meses en sospechar. Al principio, todo parecía perfecto: Vincent era atento, protector, misteriosamente elegante. Le ofrecía cenas bajo candelabros antiguos, la tomaba de la mano como si fuera de porcelana y la miraba como si ella fuera lo único que lo mantenía humano.
Pero algo no encajaba.
Decía que se dedicaba a “negocios internacionales”, que su agenda era política y su mundo, diplomático. A ella no le interesaban los detalles; confiaba. Confiaba porque él le ofrecía paz dentro de sus brazos, calor en una vida que había sido tranquila, pero solitaria.
Hasta que vio lo que no debía. Un nombre en una lista. Una llamada interrumpida. Una amenaza dicha con voz helada cuando él creyó estar solo.
Y así, la verdad cayó como un hacha: Vincent no solo era un hombre poderoso… Era un asesino disfrazado de noble. Un estratega frío que dirigía operaciones tan limpias como letales.
Esa noche, Jules lloró. No gritó. No lo enfrentó. Solo le dejó una carta. Y tomó un taxi hacia el aeropuerto.
Lo que no sabía era que él ya lo había previsto.
El taxi fue interceptado antes de que llegara al túnel. Dos autos cerraron el paso. No hubo golpes, solo puertas que se abrieron y un guarda que le dijo, con voz casi respetuosa: —Señorita Jules, el marqués desea verla. Ahora.
Horas después, estaba sentada, temblando, en una de las habitaciones del château. Frente a ella, Vincent, de pie, impecable… con los ojos rotos por dentro.
—¿Te ibas a ir sin decirme nada? —preguntó con voz baja. Ella no respondió. —¿Huir? ¿De mí?
Su voz se quebró. Luego se endureció. Se acercó lentamente, como si se obligara a no romper cosas a su paso.
—Tú sabías lo que era estar conmigo, Jules. Sabías que yo no soy un hombre bueno… pero te traté como a un milagro. Ella lo miró con lágrimas. —Y aún así mentiste.
Él soltó una risa breve, sin gracia.
—¿Querías huir, amor? Está bien… pero entiende algo: o te quedas conmigo... —O me matas —susurró ella, firme. Él la miró. Se agachó frente a ella, tomándola del rostro con las dos manos, con ternura y amenaza entrelazadas. —No, Jules. Si te vas… —…yo me quedo con tu cadáver.
Silencio. Solo su respiración entrecortada.
—Tú decides —dijo finalmente—. Pero esta vez, no voy a dejarte ir. Porque si tú te vas, Jules… …entonces el mundo entero puede arder.