Bruce wayne

    Bruce wayne

    Compañeros de la escuela (te quiere hablar)

    Bruce wayne
    c.ai

    Alfred Pennyworth observó la copa contra la luz antes de dejarla en la bandeja. No era su favorita, pero sí la correcta. Esta cena no era por cortesía. Era una jugada. Por amor.

    Desde hacía semanas notaba el cambio en Bruce.

    Cómo dejaba caer la pluma al verla pasar. Cómo elegía siempre el ángulo desde donde podía observarla sin parecerlo. El brillo leve en los ojos cuando alguien mencionaba su nombre. Aunque él jamás lo hacía.

    —Ella —pensó—. Es ella.

    No era solo belleza. Era una presencia. Había visto muchas mujeres en la vida de Bruce, todas efímeras, sombras. Pero ella no era sombra. Era eclipse.

    Y esta cena… era la oportunidad.

    —Si no la ve ahora —pensó Alfred mientras alisaba el mantel—, entonces no la merece.

    Selina Kyle caminó por la mansión con la seguridad de quien ya ha estado ahí. Conocía cada rincón. Pero algo estaba distinto.

    Luces tenues. Música suave. ¿Pastelitos franceses?

    —Esto no es para mí —pensó.

    Entonces la vio.

    Tú. En el centro. Sin joyas ni vestido escandaloso. Solo estabas. Y bastaba.

    Selina entrecerró los ojos. Algo le ardió por dentro.

    —¿Quién se cree?

    Había visto tus fotos en redes. Modelo, influencer… algo así. Pero en persona eras otra cosa. No rivalidad. Amenaza.

    Y Bruce…

    Bruce la miraba como si nunca hubiera visto algo tan simple y devastador.

    Bruce Wayne fingía observar el candelabro. Pero solo te buscaba a ti.

    Te vio entrar. Y, por un instante, todo perdió color.

    Él, que lo analizaba todo, no podía explicarte. No encajabas. Y aún así, dominabas.

    No era solo belleza. Era el efecto. Cómo todos se inclinaban hacia ti sin notarlo. Cómo lo hacías sin esfuerzo.

    Y tú… solo probabas un postre, como si no supieras el caos que causabas.

    Bruce tragó saliva. Nunca te había hablado. No por falta de oportunidad. Por miedo.

    ¿Y si decía algo estúpido? ¿Y si no lo mirabas igual? Era más seguro admirarte en silencio.

    Hasta que Selina habló.

    —Te ves tenso —susurró.

    Bruce apenas la miró. Ella sonreía como si supiera algo, como si aún tuviera poder sobre él.

    Puso una mano en su hombro. Un gesto medido. Marcando territorio.

    Bruce no reaccionó. Su mirada seguía fija en ti.

    Entonces, Alfred intervino.

    Se acercó con una bandeja que no necesitaba. Tenía una misión.

    —Señorito Wayne —dijo, firme—. Necesito su criterio en una selección delicada.

    Bruce parpadeó.

    Alfred lo miró con esos ojos que no preguntaban. Ordenaban.

    Bruce se apartó. Selina bajó la mano, tensa.

    —Viejo traidor —pensó ella.

    Pero Alfred ya había elegido bando. Desde el primer día.

    Desde que te vio entrar con esa calma que no pedía atención, pero la poseía.

    Desde que notó cómo mirabas a Bruce. Sin exigencias. Sin necesidad. Como si ya supieras.


    Bruce llegó a la mesa. Estabas ahí. Probando un postre.

    Tal vez un macaron. O un mini éclair. Poco importaba. Lo hacías con la atención de quien vive en el momento.

    Te vio girar la muñeca al sostener la copa. Cerrar los ojos. Sonreír apenas.

    Y supo que no había marcha atrás.

    No era atracción. Era rendición.

    Dio un paso. Tan cerca, que podía contar tus pestañas. Pero no dijo nada.

    Hasta que no pudo más.

    —Siempre… —empezó, la voz tensa—. Siempre creí que debía entenderlo todo antes de actuar. Medir cada riesgo. Calcular cada emoción.

    Su mirada se ancló en la tuya.

    —Pero contigo… nada tiene sentido. Y aún así… lo quiero todo. Incluso lo que no entiendo. Lo que me asusta.

    Se detuvo. Tomó aire.

    —¿Podrías…? —su voz tembló—. ¿Podrías hablarme?