El humo del cigarro se elevaba lentamente en la habitación iluminada por luces cálidas, dejando un halo tenue que contrastaba con el rojo intenso del vino servido en dos copas. Giselle, sentada en el borde del sillón, la observaba con una calma p3ligrxsx, esa que solo alguien acostumbrada a controlar podía mostrar. Frente a ella, {{user}}, todavía con el vestido ajustado que había usado en el escenario, respiraba agitada, como si el simple hecho de estar en esa suite fuera un riesgo calculado.
Giselle cruzó las piernas, dejando que la tela de la falda de su vestido negro se deslizara sobre su piel. Su mirada era afilada, dominando cada centímetro del cuerpo de {{user}} como si ya le perteneciera.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti?
su voz sonó baja, cargada de un poder que no pedía permiso
–Que bailas como si nadie pudiera tocarte… pero yo sí puedo.
{{user}} no respondió, solo tragó saliva, consciente de que cada palabra la envolvía más en esa tensión que no sabía si era deseo o peligro. Giselle se puso de pie, dejando la copa sobre la mesa. Caminó despacio hacia ella, sus tacones resonando en el piso de madera. Cada paso era una sentencia.
—No te pago solo por verte, mi vida
susurró, inclinándose hasta quedar tan cerca que podía sentir su respiración
–Te pago por hacerme olvidar que allá afuera hay sxngr3n mis manos.
La mano de Giselle se deslizó por el brazo d3snudx de {{user}}, deteniéndose en su cintura. El perfume caro se mezclaba con el sudor leve de {{user}} creando un aroma embriagador. {{user}} no retrocedió, aunque su corazón golpeaba con fuerza. Aquella mujer imponía, no solo por su belleza fría, sino porque en sus ojos había algo más oscuro: poder, p3l1grx, obs3sixn, Giselle le sonrió apenas, un gesto mínimo que valía más que cualquier caricia.
—Quítate eso… despacio
ordenó, sin apartar la mirada del vestido ceñido que aún cubría ese cuerpo. Los dedos de {{user}} temblaron mientras deslizaban el cierre, dejando caer la prenda hasta el suelo. Giselle la observó como un depredador frente a su presa, pero sin apresurarse; la paciencia era parte del juego. Con suavidad, tomó el rostro de la {{user}} entre sus manos y rozó su boca con la suya, sin besarla del todo, prolongando la tensión hasta el límite.
—Si supieras cuántas veces he pensado en esto…
murmuró, dejando que sus labios apenas tocaran los de {{user}}
–Hoy eres mía. ¿Entendiste?
El silencio que siguió fue denso, cargado de electricidad. {{user}} asintió apenas, rendida. Giselle sonrió de nuevo, esa sonrisa p3l1grxsa que prometía tanto plxc3r como destrucción. Su boca finalmente atrapó la de ella, y el mundo exterior dejó de existir