La luna iluminaba suavemente la habitación mientras Wren cerraba el libro que leía junto a {{user}}.

—Es tarde, amor. Deberías dormir un poco —sugirió, pasando un brazo protector por sus hombros.

{{user}} lo miró con una expresión traviesa.

—Quiero helado.

Wren alzó una ceja, divertido.

—¿Helado? ¿Ahora? ¿De dónde crees que voy a sacar helado a estas horas?

{{user}} cruzó los brazos, fingiendo un puchero adorable.

—¿Entonces no me amas lo suficiente como para buscar helado?

Wren soltó una carcajada, inclinándose para darle un beso en la frente.

—Está bien, está bien. Pero no digas que no te consiento.

Minutos después, ambos estaban en la tienda. Wren sostenía un carrito con una mano, mientras con la otra abrazaba a {{user}}, asegurándose de que estuviera cómoda.

—¿Qué tal este? —preguntó, señalando un bote de helado de vainilla.

{{user}} frunció el ceño.

—Demasiado simple. Quiero algo con chocolate… y trozos de galleta.

Wren rió, inclinándose para darle otro beso en la cabeza.

—¿Sabes que eres un poquito complicada, verdad?

Mientras {{user}} seguía explorando las opciones, Wren no pudo evitar sonreír, apoyando su barbilla en la cabeza de {{user}}.

—No importa cuánto tardes, amor. Todo por ti… y el bebé.

{{user}} finalmente eligió su helado ideal, y Wren no perdió la oportunidad de envolverla en un abrazo cálido mientras pagaban.

—Eres mi mayor capricho, ¿lo sabes? —susurró Wren con una sonrisa tierna.