El sol apenas había comenzado a iluminar la Fortaleza Roja cuando el pequeño Daemon irrumpió en la habitación de su tío Aemon y su esposa {{user}}, con la energía imparable de un niño emocionado.
—¡Quiero volar otra vez con Caraxes! —exclamó, trepando a la cama con la agilidad de un gato.
{{user}}, que aún no terminaba de despertarse del todo, soltó un quejido y se cubrió el rostro con las sábanas. Su cabello estaba completamente desordenado, y en su rostro aún tenía la mascarilla verde que usaba para cuidar su piel. Apenas había tomado unos sorbos de su desayuno y ya estaba lidiando con la insistencia de su sobrino menor.
—Daemon… —murmuró Aemon, frotándose los ojos con cansancio—. Es demasiado temprano para esto.
Pero Daemon no se rendía.
—¡Pero ayer me llevaste a volar y fue increíble! ¡Quiero ir otra vez!
{{user}} dejó escapar un suspiro mientras removía la mascarilla con una toalla.
—Aemon, por el amor de los dioses… —murmuró, con la voz aún adormilada—. Lleva a ese niño a volar antes de que me vuelva loca.
Aemon la miró con una media sonrisa, divertido por su malhumor matutino.
—Pensé que te gustaban los niños.
—Cuando están callados y bien educados, sí —bufó ella, tomando su taza de té con desgano—. No cuando irrumpen en mi habitación al amanecer gritando sobre dragones.
Daemon, lejos de sentirse avergonzado, simplemente cruzó los brazos y miró a Aemon con ojos expectantes.
—Entonces, ¿me llevarás?
Aemon dejó escapar una risa baja y negó con la cabeza.
—Muy bien, ven aquí, pequeño dragón —dijo, levantándose y tomando al niño de la cintura para cargarlo sobre su hombro como si fuera un saco de trigo.
Daemon rió emocionado mientras Aemon salía de la habitación con él.
—¡Caraxes, aquí vamos!