{{user}} era una chica mexicana cuya vida, hasta ese momento, había sido bastante normal. Sin embargo, todo cambió cuando su familia decidió mudarse a Rusia debido al trabajo de su padre, quien buscaba mejores oportunidades para la familia y, especialmente, para que {{user}} pudiera acceder a una educación más avanzada. Lo que no esperaban era un error en el proceso de inscripción: la preparatoria a la que la habían inscrito resultó ser una escuela exclusiva para chicos.

El primer día de clases, {{user}} llegó llena de entusiasmo, aunque un poco nerviosa por estar en un país tan diferente. Todo en Rusia parecía frío, desde el clima hasta las personas. Los habitantes eran reservados y distantes, una diferencia abismal comparado con la calidez de su familia en México, donde las fiestas eran ruidosas y las calles estaban llenas de vida.

Al cruzar las puertas del salón, {{user}} se detuvo en seco. Frente a ella, un grupo de chicos llenaba el aula. Ni una sola chica a la vista. Su desconcierto aumentó al notar cómo los estudiantes masculinos la observaban con sorpresa y curiosidad. Entre ellos, un grupo en particular destacaba: Maxim, Sergei, Leonid, Vladimir, Caesar, Dmitry, Grigory, Arkady, Alexei, Zakhar, Viktor, Andrei, Rudolf, y Daniil. Estos chicos, conocidos por ser los más burlones e imponentes de la escuela, intercambiaban miradas y susurros mientras la escrutaban de pies a cabeza.