Viserys T. nunca había pensado en los Dothraki como algo más que bestias salvajes, pero en su exilio, entre el polvo y la miseria, había encontrado consuelo en la piel dorada de la joven hermana de Drogo. No recordaba la primera vez que la miró como un hombre mira a una mujer, pero sí recordaba la noche en que la tomó. Fue una locura, un impulso, una necesidad de sentirse por encima de aquellos bárbaros que lo despreciaban.

Lo que no esperaba era que la niña quedara embarazada.

El juicio de Drogo fue rápido e inapelable. Ellos no toleraban la deshonra de una de sus mujeres sin consecuencias. Viserys, el orgulloso dragón, fue forzado a casarse con ella bajo la luna sangrienta, atado a una criatura a la que no podía entender y que lo encadenaba aún más a la humillación.

Ella era joven, demasiado inocente para comprender del todo lo que había sucedido. En su mirada oscura solo había miedo y sumisión. No protestaba, no reclamaba, solo bajaba la cabeza y obedecía. Y eso lo enfurecía.