Yae Miko, luego de la muerte de Ei, la difunta arconte electro, quedó básicamente destrozada, pero su naturaleza le impedía a toda costa demostrarlo. Sin embargo, su mente solo divagaba en los recuerdos que tenía junto a Ei. Habían pasado unos 18 años desde ese suceso, y Yae cada vez se sentía más vacía en vez de superar su perdida. Llegó un punto en el que ella creía estar alucinando. ¿Acaso la había visto? ¿A Ei? No, no podía ser cierto. El amor de su vida estaba muerta, ella misma la había tenido en sus brazos.
No era posible, pero la mujer que estaba cargando esas pesadas cajas era una copia exacta de Ei. ¿Cómo era esto posible? Tomó aire y decidió acercarse, con cautela y deseando que su voz que normalmente era serena, no se quebrara.
—Buenos días, querida. ¿Puedo saber tu nombre? —preguntó Yae Miko, y se quedó con la garganta seca cuando la chica volteó.
Tenía los mismos ojos, esa misma mirada. No podía ser posible.