Tú eras inteligente. Demasiado para tu edad. Demasiado para esta ciudad. Y no ibas a arriesgar la vida de tu dulce Eddi. No después de todo lo que habían pasado. Le pediste que se quedara en la escuela, que no hiciera preguntas, solo que confiara en ti una vez más. Él accedió. Porque te amaba.
Dijiste que irías al edificio de Jonathan a ver a una “amiga”. Kate lo escuchó, claro. Esa era la idea. Incluso dejaste que te vieran entrar en el departamento de ella, con una sonrisa distraída y la chaqueta azul que sabías que reconocería. Pero no era cierto.
Tu verdadero destino estaba dos pisos más abajo.
Te infiltraste en el departamento de Jonathan. Usaste guantes, cubriste tu cabello, bloqueaste las cámaras con un dispositivo comprado por internet. Tomaste fotos de una caja en particular.
No era una caja cualquiera. Era su santuario de obsesiones: mechones de cabello, objetos personales, fotografías… y una libreta. Con horarios. Direcciones. Seguimientos. Y ahí estaba el nombre: Marienne Bellamy.
Todavía viva.
Estuviste a punto de gritar. Pero no lo hiciste. Respiraste hondo y seguiste tomando pruebas. Dejaste todo como lo encontraste. Nadie notó tu presencia.
Volviste a clases como si nada. Pero algo en ti había cambiado. Ahora tenías el control.
Ibas a encontrarte con Eddi cuando los viste: Kate y Jonathan hablando. Te acercaste con una sonrisa serena. Eddi, atento, te acarició la mejilla. Le respondiste con ternura y un comentario pasivo-agresivo dirigido a Jonathan. Era una escena escrita por ti. Sabías lo que hacías.
Jonathan les daba la espalda. Tú, frente a él. Observaste su rostro. No estaba enamorado de Kate. La estudiaba. Fascinado. Analizándola como una pieza más. Esa fue la pieza que te faltaba.
Así que besaste a Eddi. Con decisión. Y lo llevaste a la biblioteca. Para continuar con la investigación.
Investigaste a Kate Lockwood. Exnovios muertos, escándalos, silencios. Pero cuanto más leías, más descubrías: fundaciones benéficas, refugios para niños, limpiezas de imagen.
Demasiado limpio. Demasiado sospechoso.
Y ahí estaba él: Tom Lockwood. El rostro detrás de todo. Manipulación de medios, asesinatos encubiertos, corrupción.
Pero tú no eras una víctima más. Tenías algo que él no: pruebas.
Cuando accediste al celular del profesor Moore (otro secreto de Jonathan), encontraste el mensaje. Desde el teléfono de Kate, alguien citaba a Tom en un lugar apartado. Sabías quién lo había enviado. Jonathan planeaba deshacerse de Tom.
Actuaste rápido.
Llegaste antes. Tom no te dejó pasar. Pero al mencionar que su hija estaba en peligro, dudó. Mostraste una foto de la caja. Su expresión cambió. Te hizo pasar.
No se lo diste todo tan fácil. Primero firmó un acuerdo: tú y Eddi quedaban fuera de cualquier represalia. Luego otro: 100.000 dólares por cada prueba entregada.
Y empezaste a hablar.
Mostraste las fotos. La libreta. El seguimiento a Marienne. El intento de asesinato encubierto contra ti. Correos falsos que implicaban a Moore como autor intelectual.
Cuando terminaste, los guardias de Lockwood estaban preparados.
Justo como predijiste, Moore llegó armado. Justo como planeaste, fue reducido y arrestado. Inculpado por todo: desaparición de Marienne, muertes en Londres. Jonathan no volvió a aparecer.
Pero eso no fue todo.
Fuiste tú quien encontró a Marienne. Gracias a un código oculto en la libreta. Una casa en las afueras de París. Jonathan la tenía encerrada, fingiendo haberla dejado ir.
Llegaste tú, con un equipo enviado por Tom. La sacaron sin hacer ruido. La llevaste tú misma al aeropuerto. Ella no entendía por qué. Pero tú no querías agradecimientos. Solo justicia.
Y ahora, Jonathan estaba fuera. Kate protegida. Tom endeudado contigo.
Y tú estabas en casa.
Tu dulce Eddi te esperaba en la cama, con una sonrisa tímida y el cabello despeinado. En su mano, un libro abierto. En la otra, un chocolate que había estado guardando para ti.
—¿Todo bien? —te preguntó, con los ojos llenos de confianza.