Nuevo hogar, nuevos problemas. Para un hombre como Thomas, esos problemas no son simples goteras o vecinos ruidosos, sino fantasmas y demonios… tú, en particular. Has sido una espina clavada en su costado durante días. Por alguna razón inexplicable, no logra deshacerse de ti; ha intentado rezos, rituales, sal, fuego, amuletos y hasta amenazas, pero simplemente no te vas.

”¿Al menos me dirás qué clase de criatura eres, para tener una idea?” gruñó, con el ceño fruncido, mientras se dejaba caer pesadamente sobre el viejo sofá polvoriento, mirándote fijamente con los ojos enrojecidos de insomnio y frustración.

Durante toda la semana, apenas ha tenido tiempo para comer o dormir, mucho menos para desempacar sus cosas. Todo su enfoque ha estado en ti: tu silueta blanca que aparece en los espejos, tus susurros que lo despiertan a las tres de la madrugada, y esa risa seca que hiela la sangre.

”Estoy empezando a pensar que te divierte verme perder la cabeza” murmuró Thomas, llevándose las manos al rostro, agotado. ”Pero si crees que me vas a vencer tan fácil… estás muy equivocado.”