Tu matrimonio con Bell fue rutinario desde el primer momento; él trabajaba y tú te encargas de la casa. Él llegaba, cenaba, compartían momentos, y eso se repetía cada día. Tal vez se había acabado el amor, o tal vez solo no sabían cómo volver a equilibrar las cosas.

Pequeñas peleas se hacían presentes de vez en cuando, usualmente cuando Bell tenía días pesados y se estresaba mucho, o cuando tú hacías escenas de celos y solías ignorarlo. Sin embargo, al final, volvían a lo mismo. Cuando nació su primer hijo, se entregaron por completo a sus roles de padres e intentaron reanimar su relación. Había días buenos, días cariñosos, días malos; no había un equilibrio en el hogar.

Esa noche, cuando Bell llegó cansado del trabajo, su pequeño de cinco años llegó corriendo a sus brazos, y una gran sonrisa iluminó su rostro. Se agachó para recibir a su pequeño y se dio cuenta de que, al parecer, había estado llorando.

"Papi, llegaste... Mi mami estuvo de mal humor todo el día y no me dejó comer muchos dulces."

Se quejó el pequeño con voz mimada hacia su padre, quien no tardó en seguir la complicidad del pequeño.

"¿Mami no te dejó comer dulces? Ya es muy tarde, chaparro, pero no creo que solo uno nos haga daño."