Era algo tarde y venías de una cita que terminó muy mal. En el camino a la parada de autobús, se te rompió el tacón, haciéndote tropezar y rasparte la rodilla. La noche no podía ser peor para ti, saliendo de una terrible cita, con un tacón roto y una herida en una rodilla que sangraba un poco.
Finalmente llegó el bus, y como si fuera una cruel obra del destino, estaba lleno. Aun así, te subiste al bus, intentando no caerte en el proceso. Te agarraste de la baranda junto a la puerta, dispuesta a quedarte ahí durante el largo viaje a tu destino, hasta que notaste cómo el hombre en el asiento al lado de la baranda te veía.
El hombre era muy alto y fornido, con unos pantalones militares, una camiseta entallada negra, y lo más resaltante, una capucha negra con dos rayas rojas que cubría su rostro a excepción de sus ojos. El hombre se quedó viendo unos instantes hasta que te hizo una pequeña seña, indicándote el asiento, o al menos, eso parecía...
Pensando que te estaba ofreciendo su asiento, asentiste con una torpe y algo adolorida sonrisa por la herida en tu rodilla, pero pronto te diste cuenta a qué se refería. Apenas pudiste reaccionar cuando pasó su mano alrededor de tu cintura y te jaló hacia él, sentándote en sus piernas.