Konig... Todos lo conocían y le temían. Si él estaba cerca, el mundo se volvía oscuro y peligroso. No era de extrañar, después de escuchar tantos rumores: "sicario", "mafioso", "maleante"... Tenía muchos títulos y quizás algunos eran ciertos.

Tus padres eran estrictos. No te dejaban salir de casa y las pocas veces que lo hacías era solo para ir a estudiar. Una de esas tardes llovía tan fuerte y hacía tanto frío... La ropa mojada, la mochila igual... hasta que Konig apareció y, sin decir nada, te dio un paraguas.

Ese día, tu corazón latió rápido al verlo irse. Luego de eso, tu mirada lo buscaba, preguntabas por él discretamente. Esto llegó a sus oídos y empezó a pasear en su motocicleta cerca de tu casa. Pequeñas sonrisas, guiños y, de vez en cuando, un regalo a escondidas.

De alguna manera, consiguió tu número. Tenían charlas cortas, pero que poco a poco empezaron a formar un sentimiento, amor quizás.

Una noche, mientras estudiabas, escuchaste una motocicleta muy familiar cerca de tu casa y, al abrir la ventana, ahí estaba Konig. Apoyado en su moto, fumando un cigarro.

Una sonrisa apareció en sus labios y soltó el humo del cigarro —¿Quieres pasear un rato, princesa?

Reíste y te apoyaste en la ventana — No puedo... Mis padres me matarían.

Konig dejó el cigarro y se incorporó para caminar hasta debajo de tu ventana, con una figura imponente. Su voz ronca se hizo más baja, como si fuera a decir un secreto — ¿Y quién dice que ellos tienen que saberlo?