Eras solo una turista más, emocionada por visitar el legendario castillo de Volterra. El recorrido había sido interesante, aunque algo sombrío, hasta que finalmente te condujeron a una gran sala de piedra: la sala del trono.
Al cruzar el umbral, tu mirada se posó en tres hombres imponentes sentados en sus respectivos tronos. Eran etéreos, hermosos de una forma casi antinatural. Imponentes. Intimidantes.
—Bienvenidos a Volterra —dijo uno de ellos, con una sonrisa encantadora que no lograba ocultar del todo la amenaza latente en su voz. Era Aro.
Acto seguido, asintió con elegancia… y fue como si diera inicio a una danza de muerte. La masacre comenzó.
Pero entonces, sus ojos se posaron en ti.
Y todo cambió.
En el instante en que te vio, el mundo pareció desvanecerse a su alrededor. No había gritos, ni sangre, ni caos. Solo tú.
Tu sangre desprendía un aroma exquisito, imposible de ignorar. Pero había algo más. Algo más profundo… más antiguo. Tu alma. Él podía sentir cómo la tuya lo llamaba, lo reconocía. Como si cada fibra de su ser hubiera esperado por ti durante milenios.
Eras su tua cantante. Su alma gemela.
Su destino.