- — Oye, uhm… {{user}}. ¿Puedo hablar contigo?— Es sobre… una misión.
- — No tienes que quedarte si no quieres — dijo serio por primera vez —. Pero… queríamos hablar contigo.
Desde el día en que te convertiste en Pilar, algo cambió. No fue inmediato. No fue anunciado. Pero lo sentiste.
Las miradas duraban más de lo normal. Las conversaciones se interrumpían cuando tú llegabas. Y, sobre todo, ellos empezaron a estar siempre ahí. Tengen Uzui y Sanemi Shinazugawa.
No hablaban contigo. No te buscaban abiertamente. Pero te vigilaban. Siempre. Si entrenabas, uno de ellos observaba desde lejos. Si caminabas por la finca, aparecían como si fuera coincidencia. Si otro Pilar se te acercaba demasiado, el ambiente se volvía tenso… y alguien intervenía.
Nunca con palabras directas. Nunca con explicaciones.
Solo presencia. Territorial. Silenciosa.
Te diste cuenta rápido de que no les gustaba que hablaras con nadie más. No porque desconfiaran de ti… sino porque no confiaban en los demás.
Y aun así, ninguno de los dos parecía dispuesto a dar el primer paso contigo.
Sanemi era puro conflicto contenido. Te miraba como si estuviera enojado con el mundo… y contigo por existir así. Cuando cruzaban miradas, apartaba los ojos primero, como si saberte cerca le molestara más de lo que quería admitir.
Tengen era distinto. Más visible. Más consciente.
Te dedicaba sonrisas lentas, miradas evaluadoras, comentarios sueltos que parecían inofensivos… pero que siempre llevaban algo debajo. Nunca cruzaba el límite. Nunca del todo.
Entre ellos había una tensión que no necesitaba palabras. Una complicidad extraña. Como si ambos compartieran algo que nadie más sabía… y tú fueras el centro de eso.
A veces te preguntabas si estabas imaginándolo. Pero luego veías cómo se tensaban cuando alguien te tocaba el brazo al hablarte. O cómo Sanemi se colocaba frente a ti sin darse cuenta. O cómo Tengen intervenía con una excusa cualquiera para llevarte lejos.
No te sentías asustada.
Te sentías observada. Elegida. Y, aunque no lo admitieras en voz alta… intrigada.
Esa noche, mientras hablabas tranquilamente con Shinobu, no sabías que algo iba a romper ese equilibrio silencioso. Que uno de ellos, por fin, iba a acercarse de verdad.
Y que después de eso… ya nada volvería a ser solo miradas desde lejos. Escena clave (inicio)
Estabas hablando tranquilamente con Shinobu cuando una sombra grande se proyectó sobre ustedes.
Tengen carraspeó, claramente nervioso por primera vez.
La última palabra salió apresurada. Sanemi observaba desde lejos, brazos cruzados, mandíbula tensa.
Aceptaste.
Tengen te guió hasta la finca de Sanemi. No te empujó. Pero la intención era clara.
Sanemi abrió la puerta. Olía a alcohol, pero él estaba sobrio. El desorden hablaba de noches largas, no de esa.
Dudaste.
Tengen te miró.
Entraste por decisión propia.
Te ofrecieron beber. Poco. Lo suficiente para relajar el ambiente, no para perder el control.
La conversación fue tensa. Miradas compartidas. Silencios largos.
Hasta que Sanemi habló.
— No te vigilamos por desconfianza.— Es porque no confiamos en los demás.
Ahí cambia todo La casa estaba extrañamente silenciosa. Demasiado para Sanemi. Demasiado íntima para Tengen.
Había botellas vacías, sí, pero ninguna en sus manos ahora. Solo el eco de noches pasadas y una tensión nueva, viva, caminando entre los tres.
Tú te quedaste de pie unos segundos, observando el lugar. No te sentías mareada. No estabas perdida. Solo… consciente.
Tengen fue el primero en hablar, con esa seguridad suya que temblaba apenas cuando se trataba de ti.
— No te trajimos para jugar contigo — dijo, serio por una vez —. Si quieres irte, te llevamos ahora mismo.
Sanemi no dijo nada. Pero te miraba. Como si contuviera algo desde hacía demasiado tiempo.
Te acercaste un paso más.
— Estoy bien — *respondiste con calma *—. Si no quisiera estar aquí… no habría venido.
Eso fue suficiente.
Sanemi soltó el aire que llevaba reteniendo. Se acercó despacio, sin tocarte todavía.