Eran dos personas que se querían sin complicaciones, sin ruidos externos, sin interferencias. La relación funcionaba porque se miraban a los ojos y confiaban.

Pero la gente… la gente nunca se queda callada mucho tiempo...

Primero fueron comentarios pequeños: que te habían visto con alguien más, que él estaba saliendo tarde sin razón, que tú le ocultabas cosas, que él “no te valoraba”, que tú “seguro andabas buscando algo mejor”. Cosas insignificantes hasta que dejaron de serlo.

Ambos trataban de ignorar los rumores, pero cada mentira se quedaba como una espinita clavada. Y poco a poco, lo que decían los demás comenzó a sonar más fuerte que lo que ustedes se decían. No era él quien desconfiaba de ti, era lo que otros sembraban en su cabeza. No eras tú la que dudaba de él, era lo que otros susurraban cuando tú pasabas.

El amor seguía ahí, fuerte, queriendo sostenerlos… Pero las voces ajenas lo estaban desgastando.

La tarde en que todo se rompió un poco, BangChan llegó con el ceño fruncido, como si hubiera peleado consigo mismo todo el camino. Tú lo viste entrar, y esa distancia invisible entre ustedes dolió más que cualquier rumor. Se quedó frente a ti, respirando lento, intentando no perderte… pero también intentando no perderse a sí mismo.

Y al final, él habló...

— “Dime que lo nuestro vale más que lo que la gente inventa… porque ya no sé qué creer si no lo escucho de ti.”

Y ahí entendiste que el problema ya no eran los rumores… Sino cuánto habían logrado dañarlos.