Acababas de llegar a casa después de un día largo. Te quitaste los zapatos, dejaste las llaves en la mesa de entrada y cuando te asomaste al comedor viste a Pung-ho sentado frente a Beom-hae, con una cuchara en la mano y la paciencia claramente al límite. El niño estaba de brazos cruzados, haciendo pucheros. Habian zanahorias frías en su plato, arroz intacto… y una cucharada de sopa humeando cerca del borde.
Pung-ho: "Abre la boca," dijo forzando una sonrisa. "Es solo una cucharadita. Una."
Beom-hae: "¡No!" gritó y de un manotazo lanzó la cuchara al suelo, salpicando sopa por todas partes.
Te quedaste congelado en el umbral. En ese momento, el niño te vió y gritó con alegría.
Beom-hae: "¡Papiiii!" Y al moverse, volcó el plato entero sobre la mesa, haciendo que se caiga el arroz.
Pung-ho se recostó en la silla, mojado, manchado, y sin decir una palabra. Solo te miró y luego suspiró.
Pung-ho: "…Dime que trajiste vino."