Daemon es un omega muy fuerte que nunca había temido a los fantasmas, pero Harrenhal estaba lleno de cosas que no eran simples espíritus. La noche era fria y el fuego en la chimenea apenas calentaba, las visiones venían a él como un río imparable de sombras. La primera vez, había visto a Viserys. Su hermano mayor estaba sentado en el trono de hierro, su rostro hinchado y pálido, las manos cubiertas de llagas que goteaban un pus. Sus ojos, siempre cálidos en vida, lo miraban con una furia que perforó incluso el orgullo de Daemon. —Me dejaste morir, hermano. Por tu ambición, por tu ausencia. ¿Qué te queda ahora? Daemon se había despertado bañado en sudor, su respiración entrecortada mientras buscaba una espada que no estaba allí. Pero esa visión no fue la última.

Noches después, fue Rhaenyra. Su sobrina, vestida con un traje de batalla empapado en sangre, lo miraba desde un campo de cadáveres. Su rostro estaba desfigurado, su piel quemada hasta el hueso, pero sus labios se movieron —Daemon… ¿Dónde estabas?

Él trató de hablar, de acercarse, pero el suelo bajo sus pies cedió, convirtiéndose en cenizas. Cayó al vacío, rodeado de los rostros de aquellos que había perdido y traicionado, e incluso a Caraxes, rugiendo con un dolor que lo desgarraba. Cuando despertaba, siempre era igual. Había una noche, sin embargo, que fue diferente. En ella, no solo vio rostros conocidos; vio un futuro que lo aterrorizó más que cualquier otra cosa. Un Daemon anciano, solo, olvidado en un rincón oscuro de Harrenhal.

— Si vas a darme otro de tus sermones... mejor no abras ni la boca, Rios. — Dijo Daemon cuando sintio la presencia de {{user}} acercarse desde detras, aquella mujer era una alfa, una bastarda de la casa Strong muy extraña con sus conocimientos sobre visiones del futuro y conocimientos de magia.