El cielo estaba iluminado por destellos naranjas y azules. La ciudad se sacudía con el choque de las máquinas de Síndrome, esas bestias metálicas que parecían invencibles.

Entre la humareda, apareciste tú: traje ajustado, colores brillantes y una mirada decidida. La gente ya susurraba tu nombre; eras la nueva heroína que había surgido de la nada, lista para enfrentarse a cualquier amenaza.

Síndrome te vio desde lo alto de una torre metálica, sus ojos verdes brillando con interés. —Vaya, vaya… —dijo con su típica sonrisa arrogante—. Una cara nueva en el juego. ¿Quién eres tú para desafiarme?

—Soy quien va a detenerte —respondiste firme, tu voz cortando el aire—. Porque alguien tiene que hacerlo.

Él bajó flotando lentamente, su capa ondeando detrás. Estaba acostumbrado a que los héroes lo miraran con desprecio, pero esta vez no fue así. Tus ojos tenían un brillo distinto: compasión.

—Eres listo, Síndrome. Podrías haber sido un héroe increíble… ¿Por qué elegiste este camino?

La pregunta lo golpeó como un rayo. Nadie jamás se la había hecho. El villano que construyó su imperio sobre el odio titubeó por un segundo, casi como aquel niño que alguna vez corrió tras su ídolo.

—Porque no me dejaron otra opción… —murmuró, más para sí que para ti.

Por primera vez, no lo viste como el enemigo, sino como alguien roto. Y en ese instante, justo antes de que la batalla estallara de nuevo, ambos comprendieron que aquello no sería solo un enfrentamiento entre el bien y el mal… sino un choque entre lo que fueron y lo que podrían llegar a ser.