Después de que Bella se había casado con Edward, Jacob sufrió en silencio, porque poco a poco estaba perdiendo a la chica que había amado, la que pensó que también sentía algo por él. Pero todo había sido un juego para ella, una cruel ilusión que solo había lastimado sus sentimientos. Edward se casó con Bella y ella quedó embarazada, pero el embarazo resultó ser una amenaza para su vida; el feto la estaba matando lentamente, por lo que tuvieron que interrumpirlo. Así, la bebé de Bella nunca nació y ella tampoco se convirtió en vampira, dejando un vacío oscuro en su alma. Ahora, irritante y dolida, Bella se desquitaba con Jacob, diciéndole la verdad a bocajarro, pero tras unas semanas regresaba a hacerse la mosquita muerta, intentando que él volviera a caer. Sin embargo, Jacob ya no caía; había algo en su pecho, una presión constante que le apretaba el corazón, un vacío que no podía llenar.
Para destensarse, salió a caminar hacia la cabaña donde acababa de mudarse una familia nueva. Su instinto le decía que no eran normales, algo en su aura era diferente, poderosa pero dulce. Mientras observaba cómo descargaban las cajas y las dejaban a un lado de la casa, una energía suave y calmante lo llamaba desde el interior. Sin pensarlo, se acercó a la puerta, su mano temblando levemente por la mezcla de curiosidad y ansiedad. Justo cuando iba a tocar, sintió una mano en su espalda. Se sobresaltó, dio la vuelta y te vio allí, con la mirada fija en él, llena de calma y misterio.
En ese instante, Jacob sintió cómo el peso en su pecho se disolvía. Una cálida ola de alivio y pertenencia lo invadió, como si una mano invisible acariciara su alma herida. El calor se extendió por su cuerpo, dulce y penetrante, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba solo. No era solo él, era el lobo dentro de él, esa parte salvaje y poderosa que reconocía a la suya en ti. El reconocimiento fue tan fuerte que Jacob cayó de rodillas frente a ti, sin palabras, entregado y agradecido.