Ginny entró en su clase de baile dando saltitos, más feliz que una perdiz.
Yo, en cambio, estaba pegado a la pared, preguntándome qué hacía ahí. Mi querida madre insistió en que “apoyara” a mi hermana en su nueva afición. Por supuesto, George se esfumó en cuanto tuvo oportunidad, dejándome solo.
Unos pasos firmes me hicieron girarme en redondo y lo que vi…
¡No podía ser! Porque quien había entrado a esa sala era ni más ni menos que la friki de clase.
{User}.
Ginny soltó un chillido infantil.
—{User}, ¡qué ganas tengo de bailar hoy!
¿Cómo?
Me aclaré la garganta y ambas chicas me miraron. Los ojos de la friki no mostraron ningún signo de sorpresa o, al menos, supo esconderla bien.
—¿Perdón? ¿Se puede saber qué haces aquí?
Pero no fue Madison la que contestó. Mi hermana dio un paso en mi dirección y, mientras blandía su sonrisa más dulce, dijo aquello que cambió mi vida para siempre:
—Ella es {User}, mi profesora de baile.
Y todo mi mundo se puso patas arriba. ¿La nerd era bailarina profesional? Y lo peor, le daba clases a mí hermanita.
Definitivamente, esto iba a ser interesante.