La música reproducida por los auriculares que llevaba en la cabeza se suponía que iba a ayudarlo a distraerse, a evitar que su mente pensara en ello. Sus manos vagaban por la hoja de papel, escribiendo y borrando cosas, trazando líneas absurdas y sin sentido.

—¡No puedo! —exclamó agotado poco después, quitándose los auriculares y pasando las manos por su cabello.

La música había sido una buena idea, pero no funcionaba. Los sentimientos de {{user}} por aquel peli-naranja eran más fuertes que cualquier melodía.

Soltó un bufido totalmente frustrado y recostó la cabeza en la cama cerrando los ojos, simplemente decidiendo aceptar lo que le tocaba. Recordarlo. Recordar su cabello sedoso y suave con un color parecido a hojas caídas de los árboles en otoño, recordar su voz angelical, sus ojos brillantes y profundos, su nariz, sus labios... Todo.

No sabía cómo había acabado así, pero de alguna manera u otra acabó besando a Mafuyu. Y su mente era un torbellino de emociones desde entonces.

Según {{user}}, lo único que sentía hacia él era admiración. Admiración por lo que sufrió, por cómo lo gestionó, por su voz, por su ritmo de aprendizaje. En su mente no pasó en ningún momento la opción de que estaba enamorado. Después de todo, Mafuyu era un chico. Y a él le gustaban las mujeres... ¿No?

Un gemido ahogado salió de su boca cuando en medio de sus debates mentales se entrometió la imagen suya besando al peli-naranja, provocando que sus mejillas se tiñeran de un color carmesí.

"Suficiente" pensó. Con la idea en mente, agarró su teléfono y marcó el número de Mafuyu. Uno, dos, tres tonos. No contestaba. Decidido a colgar, separó el teléfono de tu oído.

—¿Sí? —sonó del aparato justo antes de colgar, provocando que se congelara.

Todo su valor para decirle lo confundido que estaba, lo que su corazón sentía por él, se había ido.

—¿{{user}}? ¿Ocurre algo?