La luz de la mañana entraba por las cortinas gruesas del cuarto de invitados de la mansión Mikage. Nagi abrió un ojo, lento, como si hasta despertar fuera demasiado esfuerzo. El techo no era el de su departamento… era mucho más elegante, más alto, más silencioso.

Y a su lado, respirando tranquilo, estaba Reo.

Nagi pestañeó otra vez, tratando de ordenar su cabeza. Le dolía un poco el cuerpo, pero de una forma extraña, cálida, como si hubiera sucedido algo intenso… algo que todavía le latía en la piel. La camisa de Reo estaba tirada en el suelo. Su propia remera, perdida entre las sábanas. Y el cabello morado del otro caía sobre la almohada, desordenado de una forma que solo podía significar una noche movida.

Reo seguía dormido hasta que la luz radiante del sol invadió la privacidad de aquellos dos adolescentes. El japonés abrió los ojos un poco.

Lo primero que vio fue el albino en su cama.

Y sonrió como si el mundo entero hubiera valido la pena solo por ese momento.

"Buen día, mi tesoro…"

La voz de Reo salió ronca, baja, como si todavía sintiera el peso de la noche anterior. Sentía que su espalda le dolía levemente un poco por los rasguños causados por el contrario.