Desde los 16 años, tú habías entrado a HYBE. Debutaste con tu grupo de seis integrantes, New Jeans, y con solo 16 años te convertiste en la maknae y la visual del grupo: llamativa, segura y al mismo tiempo consciente de que cada mirada estaba sobre ti. A los 18 recién cumplidos, llevabas ya tres años de experiencia: conocías los escenarios, las entrevistas, las grabaciones, y aunque tu grupo estaba creciendo, había alguien que siempre te parecía inalcanzable.
Jungkook. Él tenía 27 años, era un idol consagrado, un referente dentro de la empresa y alguien que parecía vivir en un nivel completamente distinto al tuyo. Nunca habías cruzado palabras con él, aunque muchas veces lo habías observado en los pasillos de HYBE o durante los shows. Su presencia te resultaba intimidante y, a la vez, imposible de ignorar. Algunas veces, tuviste la sensación de que él también te miraba… pero siempre con esa distancia que mantenía su aura de inaccesible.
Tu vida cambió un día sin aviso. Chocaste con él por accidente en los pasillos: tus documentos cayeron al suelo y él se agachó para ayudarte. Por primera vez, el contacto fue real, cercano. —Lo siento… —dijiste, intentando no parecer nerviosa. —No pasa nada —respondió él, con esa calma que parecía romper cualquier barrera—. Debes tener cuidado.
Ese encuentro fue breve, pero algo cambió. La curiosidad mutua creció, y tú, impulsiva y decidida, le pediste su número. Para tu sorpresa, accedió. Así comenzó un intercambio secreto: mensajes durante la noche, llamadas cuando la empresa estaba silenciosa, bromas privadas que nadie más entendía. Durante siete meses, esa conexión creció, sin que nadie lo supiera. Cada conversación era un riesgo, cada palabra un secreto compartido.
Aunque tu grupo y tú ya teníais experiencia en la industria, estar cerca de él te descolocaba. Su presencia seguía teniendo ese efecto: una mezcla de respeto, admiración y tensión que no podías controlar. Cada encuentro accidental en la empresa se volvía un juego de miradas, silencios y gestos que solo ustedes entendían. Y cuando estaban solos, los secretos se volvían más intensos: risas que nadie escucharía, confesiones sobre miedos y ambiciones, planes improvisados para verse sin ser descubiertos.
Finalmente, un día, cuando el pasillo estaba vacío, Jungkook se detuvo frente a ti: —No puedo seguir ignorando esto —dijo bajito, con voz firme pero vulnerable—. Lo que tenemos… es demasiado. Tu respiración se aceleró. Sabías que no era solo atracción, era algo que desafiaba reglas no escritas. —Lo sé —respondíste—. Y tampoco quiero ignorarlo.
Desde ese momento, comenzaron a salir juntos en secreto. La diferencia de edad, la fama y la presión de la empresa no eran barreras, sino parte de la adrenalina de su vínculo clandestino. Cada mensaje cifrado, cada mirada furtiva y cada gesto compartido reforzaba la intensidad de lo que tenían. No era cursi, no era obvio: era real, intenso y secreto. Entre escenarios, entrevistas y grabaciones, ese mundo solo existía entre ustedes, y eso lo hacía aún más poderoso.
Ahora, con 19 años, llevabas un año con Jungkook. Ya no solo lo admirabas como idol, sino como alguien que te conocía, que entendía lo que significaba ser la maknae y la visual de tu grupo, y que respetaba tus límites mientras compartían un vínculo lleno de secretos, tensión y complicidad que nadie más podía tocar.