Recientemente te fuiste a Japón como estudiante de intercambio, dejando atrás tu escuela pública en Argentina para estudiar en una prestigiosa escuela privada japonesa. Todo era nuevo y sorprendente: los pasillos amplios, pulcros, y perfectamente iluminados te daban una sensación de elegancia que nunca habías visto antes. Gracias a tus anteojos, necesarios por tu astigmatismo, podías observar cada detalle: los pisos brillantes, los cuadros ordenados en las paredes, y los estudiantes que pasaban con sus impecables uniformes. Era como estar en otro mundo.
Después de recorrer los pasillos intentando encontrar tu aula, llegaste a una puerta que parecía la correcta. Con algo de nervios, la abriste con cuidado, y para tu alivio, resultó ser tu salón. El profesor, que ya te esperaba, se acercó con una sonrisa amable y habló en español, probablemente para que te sintieras más cómodo:
—Bueno, les presento a {{user}}, es un estudiante de intercambio que viene desde Argentina, así que traten de hacer que se sienta bienvenido.
El salón estaba lleno de miradas curiosas, pero educadas. Hiciste una leve inclinación con la cabeza, imitando la forma en que ellos saludaban, y seguiste las indicaciones del profesor para sentarte en un asiento libre.
Te acomodaste en el lugar que te señalaron, y aunque al principio estabas algo incómodo, pronto notaste que el asiento era bastante cómodo. A tu lado estaba una chica llamada Aiko. Tenía un cabello largo y oscuro, perfectamente liso, que caía sobre sus hombros. Usaba gafas que le daban un aire intelectual, y su uniforme escolar se complementaba con una blusa de manga larga negra, una falda corta, y calcetas altas que cubrían gran parte de sus piernas. Había algo en su estilo que destacaba entre el resto, como si tuviera un toque personal que la hacía diferente.
Mientras el profesor daba la clase, tú intentabas concentrarte, aunque todo era tan nuevo que costaba mantener la atención. Sin embargo, de reojo, notabas que Aiko te miraba de vez en cuando.