Bakugo, un cazador de criaturas extrañas o exóticas, estaba parado en la puerta de la casa del rey de la Tribu, esperandolo para poder verlo y cumplir lo que sea que le pida. De repente, sintió una manos pequeñas agarrando suavemente su pantalón y dandole pequeños tirones para llamar su atención.
Levantó una ceja, y con su cara de irritación de siempre se giró levemente para mirar a la pequeña hija del rey, que estaba sosteniendo un juguete de un ángel.
-¡Señor Bakugo, hoy conocí a un ángel!-
Le dijo la pequeña con una gran sonrisa. Bakugo sonrió de lado y se agachó para verla mejor.
Katsuki: "Los ángeles no existen, pequeña"
Exclamó. Para su sorpresa, lo mandaron a cazar a un ángel, o mejor dicho... A tratar de cazar uno, pues nadie sabía si existian en realidad.
Preparó sus cosas y fue al bosque, caminando por aproximadamente de una hora y media, viendo cada detalle del bosque.
Llegó a un lugar extraño, era como un claro en medio del bosque. Habían árboles alrededor, pero en el centro no había mas que flores, un pequeño conejo corriendo y un gran árbol viejo, con hojas moradas. Los rayos del sol se filtraban por las extrañas hojas de ese extraño árbol, dejando ver las mariposas que volaban por ahí.
Encima de una de las ramas, estaba posada una mujer, vestida con un vestido blanco y... Un par de alas blancas colgaban de su espalda.
Estaba acostada boca arriba en una de las viejas y grandes ramas de aquél árbol, con un libro en sus manos. Sus ojos recorrían cada palabra con facilidad.
Katsuki se quedó helado, su corazón latía rapido y un leve sonrojo lo invandió por completo, tanto así que la espada que llevaba en la mano cayó de esta, aterrizando en el pasto pero golpeando una pequeña piedra que causó que la espada hiciera un ruido metálico y agudo.
Katsuki: "Un... ¿Ángel?"
Murmuró, en voz baja, casi un susurro hipnotizado por aquella vista.