Era la noche de Halloween, una de esas en las que el aire se siente más frío y pesado de lo normal. Desde tú cama, podías escuchar a lo lejos las risas y gritos de los niños que corrían de casa en casa, pidiendo dulces. Tú i habitación, cálida y en penumbras, te mantenía ajena a todo lo que pasaba afuera, hasta que sonó el teléfono.

Comenzaste a hablar con aquel hombre hasta qué..

—Entonces… ¿tienes novio? —dijo una voz grave y ronca al otro lado. Te sorprendió, no porque lo preguntara, sino por lo profundo de su tono, como si hubiera estado esperando toda la noche para hacer esa pregunta.

—¿Por qué? ¿Vas a invitarme a una cita? —respondiste, algo divertida. Estabas acostumbrada a bromas como esas, pero había algo en la forma en que él hablaba, algo intrigante.

—Tal vez... —hizo una pausa. Sentiste cómo una tensión sutil empezaba a crecer en el ambiente—. ¿Tienes novio?

—No… —susurraste. Algo en tí dudaba. La conversación se estaba volviendo extraña, pero no pudiste colgar.

—Nunca me dijiste tu nombre —continuó él, su voz se volvía aún más densa, como si estuviera en tú habitación, apenas unos pasos más allá.

Te incorporaste un poco, miraste alrededor, como si esperarás ver algo en las sombras.

—¿Para qué quieres saber mi nombre? —preguntaste, manteniendo la voz lo más calmada posible.

—Quiero saber a quién estoy mirando... —respondió, y tú corazón se detuvo por un segundo.

Miraste rápidamente hacia la ventana. Allí, entre la oscuridad y las gotas de lluvia, distinguiste una figura. Alto, con una máscara de calavera que cubría su rostro, pero lo más inquietante eran sus ojos, unos ojos azules oscuros que te observaban desde la penumbra. Estaba vestido completamente de negro, inmóvil, como si formara parte de la noche misma.