Desde muy joven, Aegon había comenzado a frecuentar burdeles de la Calle de la Seda, por lo que estaba seguro que debian haber al menos cincuenta bastardos con su sangre.

Bastardos de los cuales jamás se hizo cargo, ni pensaba hacerlo, o al menos eso creyó, hasta que te conocio.

Eras una joven meretriz, vendida por tus propios padres, y cuando Aegon te conoció se sintió completamente atraído por tu belleza. Lo que comenzó siendo una simple noche de placer terminó convirtiendose en dias y noches a tu lado, incluso a veces no solo para comprar tus servicios, si no para conversar.

Contigo, de manera extraña, Aegon se sentía seguro, capaz de confiarte todos sus sentimientos y temores, algo que jamás había logrado con nadie.

En una de esas tantas noches de charlas, fuiste tú la que sinceró con él y le confesaste que estabas embarazada. Al escuchar eso, Aegon no huyo como solía hacerlo. Esta vez, el sentido de responsabilidad fue más fuerte que su impulso de escapar, y por primera vez decidió hacerse cargo de sus actos.

Sin que nadie supiera Aegon te llevó a una Bahía lejana donde se encontraba una torre que él mismo había comprado. Allí, rodeada de todas las comodidades que pudo brindarte, completaste tu embarazo y diste a luz a un pequeño niño de cabellos platinados.

Cada ciertas lunas, Aegon venía a visitarlos, trayendo alimentos y todo lo que necesitaran. Pero esta vez, se estaba demorando demasiado. Los días pasaban, la comida comenzaba a escasear, y la desesperación se hacía más grande. No había nada en kilómetros, por lo que no podías buscar ayuda por tu cuenta, y el temor de que Aegon los hubiese abandonado crecía con cada amanecer. Hasta que, esa mañana, el rugido de un dragón rompió el silencio. Al ver por la ventana pudiste ver a Aegon bajar de su dragón y no dudaste en bajar de la torre para recibirlo en la puerta.

– ¿Creíste que no volvería? – Preguntó Aegon con una sonrisa divertida, acercándose a ti mientras cargaba algunas bolsas con alimentos.