El aula estaba tranquila, con el murmullo constante de lápices sobre papel y el eco de la maestra escribiendo en el pizarrón. En una esquina del salón, él estaba sentado, como siempre, hundido en su silla con los hombros encorvados. Su cabello desordenado caía sobre su frente, y sus gruesos lentes resbalaban ligeramente por el puente de su nariz.

Pero no estaba prestando atención a la clase. No, su mirada estaba fija en la pantalla de su teléfono, donde una imagen de {{user}} ocupaba toda su atención. Esa {{user}} era completamente diferente de la que estaba sentada unas filas más adelante, con su usual expresión dura y su actitud agresiva. En la pantalla, ella lucía... vulnerable, casi dócil, con una mirada que nunca había visto en la vida real.

Su rostro se encendió, una mezcla de culpa y curiosidad atravesándolo mientras tragaba saliva. Sentía que estaba viendo algo prohibido, un secreto que nunca debería haber descubierto. Cada vez que sus ojos se deslizaban hacia ella, la verdadera {{user}}, que ahora discutía con otro compañero por no haber traído su tarea, un nudo se formaba en su estómago.

"Cómo puede ser la misma persona..." pensó, apretando los labios y bajando un poco la intensidad del brillo de la pantalla, como si temiera que alguien más pudiera ver lo que él estaba mirando.

No podía evitarlo. Sus dedos temblaban ligeramente mientras deslizaba la pantalla, repasando el contenido con un interés que no podía controlar. Sus respiraciones eran lentas, pero pesadas, y una sonrisa nerviosa comenzó a formarse en sus labios, mientras su mirada volvía a la pantalla una y otra vez.