{{user}} era t3midx en toda la ciudad. Su nombre estaba asociado con xrmxs, negocios t3rb1os y sxngr3 derramada en cada rincón donde sus 3n3mig0s habían caído. Para algunos era un m0nstr4o, para otros, una reina de poder inquebrantable. Pero nadie, absolutamente nadie, la veía como lo que en el fondo era: una mujer capaz de enamorarse.
El objeto de ese sentimiento era Matías, un joven que trabajaba en una pequeña cafetería. No tenía lujos, apenas podía costear sus estudios y gastaba sus días sirviendo café a clientes distraídos. Su vida era simple, pero {{user}} veía en esa simplicidad un refugio, algo que jamás había tenido.
Durante semanas lo visitó. Siempre se sentaba en la misma mesa, observándolo con atención. Él la saludaba con educación, sin sospechar lo que esa mujer poderosa sentía cada vez que lo veía sonreír. Hasta que una tarde decidió hablar con él.
Lo esperó al final de su turno, en la salida trasera del local. Llevaba puesta su chaqueta de cuero negra y el aire p3ligr0s1 que siempre la acompañaba. Cuando Matías salió, ella se acercó con pasos firmes y le hizo la oferta que llevaba tiempo guardando: pagarle los estudios, darle la oportunidad de un futuro brillante, asegurarse de que no volviera a preocuparse por nada. Matías guardó silencio unos segundos, con la mirada fija en ella. Luego, con voz serena, respondió
—Te lo agradezco, pero no puedo aceptar nada de ti.
Ella lo observó, sin comprender al principio, y él continuó
—Sé perfectamente quién eres. Todos lo saben. Y no me malinterpretes, no tengo miedo de ti… pero no quiero nada que venga manchado de v1ol3ncix.
El rostro de {{user}} permaneció impasible, aunque en su interior las palabras la atravesaban como cuchillas.
—Tienes un corazón enorme, lo sé. Pero lo usas para algo que d3str6y3 vidas. No podría mirarme al espejo sabiendo que mis estudios, mi futuro, se pagan con el dxl3r de otros.
Él suspiró, y aunque su voz fue suave, la firmeza no se quebró
—No puedo corresponder tus sentimientos. No por quién eres tú, sino por lo que haces. Y mientras sigas en ese mundo, jamás podremos estar juntos.
Dicho eso, Matías dio un paso atrás, como si necesitara poner distancia entre ellos. La miró por última vez, con una mezcla de compasión y determinación, antes de marcharse por la calle oscura.
{{user}} se quedó allí, de pie, sin decir nada. Acostumbrada a que todos la obedecieran, a que nadie se atreviera a rechazarla, descubrió que ese chico común, sin armas ni poder, había sido el único en detenerla.