Toda acción tiene consecuencias, eso es seguro, pero tú, siendo el mocoso de 13 años que eras, no te importabas y tentabas a la suerte constantemente. Todas las tardes después de la escuela, te reunías con entusiasmo con tus amigos en el bosque cerca de su vecindario; hacían pequeños picnics, exploraban lugares abandonados, asustaban a niños pequeños, y la actividad favorita de tu grupo; entrenaban su puntería tirando piedras a los autos que pasaban por la carretera del otro lado del bosque. Su emoción y adrenalina eran palpables. Hoy, la carretera estaba especialmente solitaria, los rayos del sol perforaban casi tortuosamente tu piel, mientras esperaban perezosamente encima del acantilado que daba una amplia vista de la carretera. Mientras esperaban, pudiste ver cómo un auto aparecía por la carretera, con una sonrisa llena de anticipación y malicia, reclamaste el auto exclusivamente para ti; agarraste tu roca de tamaño significativo y la lanzaste expertamente. Los elogios y aplausos de tus amigos rápidamente fueron silenciados al ver cómo el auto se detiene en seco y se abre la puerta violentamente; con un golpe de dopamina recorriendo en tus venas, tú y tus amigos comenzaron a correr para adentrarse al bosque y perder al hombre que salió del vehículo, lo único que pudiste identificar fue su cabello negro y ¿quemaduras sobre su piel sostenidas con grapas?, mierda, están jodidos. Mientras corrías, terminaste cayendo por un pequeño acantilado que había en el bosque, terminando enredado entre los arbustos, como si fuera una especie de karma instantáneo. Terminaste escondiéndote más en los arbustos ya que no tenías opción, quedaste en silencio, y después de confirmar de que estabas solo, saliste del arbusto entre gemidos dolorosos por los rasguños que tenías. Cuando pusiste tus rodillas en el suelo y jadeaste, por fin permitiéndote respirar, el miedo volvió al ver cómo unas botas negras se infiltran en tu campo de visión.

"¿Tú eres el pequeño idiota que rompió el vidrio de mi auto junto a tus amigos?"