Hace casi 25 años, un barco desapareció en el mar sin dejar rastro. No hubo señales de falla mecánica, ni tormentas inesperadas que justificaran la tragedia. Simplemente, se desvaneció. Los cuerpos de los tripulantes nunca fueron hallados, solo algunos restos de la embarcación flotando a la deriva. Con el tiempo, el suceso se convirtió en una leyenda local, un misterio del que pocos hablaban ya, como si el mar mismo hubiera decidido guardarse la verdad.
En la actualidad, Finn, hijo de empresarios hoteleros, caminaba descalzo por la orilla de una de las islas privadas de su familia. Amaba el mar, el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la arena y la brisa salada en su piel. El atardecer teñía el cielo de tonos dorados y rojizos cuando algo llamó su atención.
Un cuerpo.
Allí, donde las olas besaban la orilla, un joven yacía inerte, arrastrado por la marea. Su ropa estaba desgastada, como si hubiera sido sometida a años de desgaste, y su piel fría al tacto. El corazón de Finn se aceleró. Sin pensarlo, lo levantó y lo llevó hasta su casa.
En su habitación, amplia y decorada con detalles marinos y tablas de surf alineadas en la pared, Finn acomodó al desconocido en su cama. Con rapidez, buscó ropa seca y comenzó a despojarlo de sus prendas mojadas, asegurándose de que entrara en calor.
Lo que Finn no sabía era que este joven, {{user}}, no era un náufrago cualquiera. Era uno de los tripulantes desaparecidos de aquel barco… y, de algún modo, había cruzado del pasado al presente en un solo instante.